sábado, 15 de marzo de 2008

Cuento de cumpleaños (1ª. parte)

Érase una vez, hace 25 años, un bebé nacido en un Reino a orillas del Mar Mediterráneo, ups, perdón, esa historia ya la he contado... Avanzaré un poco más.

Érase una vez un joven Príncipe que cumplía 25 años. Este Príncipe y tres de sus compañeras de aventura, Anna, Elena y Lidia, decidieron celebrar sus aniversarios con el resto de guerreros y doncellas el mismo día para evitar una interminable y agotadora cadena de festejos a lo largo de todo el mes de marzo. Las tres damas estuvieron de acuerdo en hacer del día del Príncipe su día también, por lo que el Príncipe se sentía suficientemente obsequiado.


Sin embargo, una misión imprevista más allá de los muros de la capital del Imperio truncó los planes iniciales del grupo y se vieron obligados a tomar difíciles decisiones. El corazón del joven Príncipe se llenó de gran inquietud, su sueño se convirtió en un pesado yugo, su espada en una obligación más allá de los deseos y el Gran Dragón se presentó más fiero que nunca.

Pero no todo estaba perdido aún. El Hada del Destino quiso hacerles una concesión: la misión quedaría suspendida en el tiempo por algunos días, a cambio de que lucharan con todas sus fuerzas llegado el momento. El pacto quedó sellado y comenzaron los festejos.

El día amaneció espléndido. El Príncipe fue a buscar flores para las tres bellas doncellas, e incluso dos de sus caballeros de confianza se ganaron una flor dorada. La cenicienta Beijing se engalanó para el baile y la Reina de las Nieves hacía semanas que había abandonado al Gran Dragón. Los ciruelos vestían pétalos rosados que invitaban a los magos a detener el tiempo entre sus ramas. El parque de Chaoyang, o Parque del Sol, fue el salón principal para el banquete real.

Los invitados acudieron a la cita alegres ante la vista de un día de diversión, lejos de la Gran Torre y de la dura instrucción. Manjares con aromas hogareños, elixires de felicidad, dulces de la Casita de Hansel y Gretel: un festín donde el más glotón se sació. Pero durante el banquete, una maldición silenciosa se posó sobre la dama Lidia, que en más de una ocasión derramó bebidas o "catapultó" platos llenos de comida.

Hacía muchísimo tiempo que los valientes guerreros y las bravas amazonas habían abandonado el País de Nunca Jamás, pero la dulce Campanilla roció con sus polvos las almas dormidas de aquellos niños y niñas, que de nuevo fueron Peter Pan. El caballero Dani apuntó sus dos varitas al cielo e hizo volar a un diablo infernal, ayudado por la Intérprete Elena, que reveló uno de sus dones más ocultos. El Médico Lluís lanzó su bola con gran suavidad intentando dibujar en el aire armoniosas figuras de paz. El Historiador Jaime rememoró viejas batallas con el Conversador Luis, donde los soldados siempre se sacrificaban por sus Reyes. El Guerrero Guim y su dama Anna, junto a otros aliados, hicieron volar una estrella, que por arte de magia, siempre estaba ligada a la tierra. La hasta el momento torpe Lidia, exhibió su agilidad y maestría en el dominio de las esferas de colores, e incluso el Príncipe demostró que tras el capullo siempre se esconde una bella mariposa. Aunque la Princesita Cayita también probó y probó, el batir del ala izquierda nunca dominó.

Cuando el momento de la tarta y los regalos se acercó, las tres damas y el Príncipe fueron coronados, aunque Judit, en un arrebato de celos, destronó a Anna y le robó su corona. Finalmente, se reinstauró la verdadera monarquía y las jóvenes reinas del cumpleaños fueron agasajadas por los invitados. Una sesión de masaje para Anna, armas lingüísticas para Lidia y "lecciones de placer" para Elena.

¿Y el Príncipe no tuvo regalos?