martes, 29 de abril de 2008

Cuento de cumpleaños (3ª parte)

Visto que algunos de vosotros poseéis el don de la clarividencia o tal vez ya supierais como acababa el cuento del Príncipe y el sapo, aquí tenéis vuestra recompensa.



El Príncipe había conseguido desencantar al buen sapo, convertido de nuevo en el fiel escudero Lluís, pero duras pruebas aún le aguardaban en su camino. Ahora, tras oír vuestras carcajadas, continuaré con la historia...


Por su esfuerzo, Tesi, Anna y Guim lo obsequiaron con una camisa china, digna de su noble rango y a conjunto con sus nuevas vestimentas principescas. El siguiente acertijo le pedía encontrar un "mono rojo amigo" y, al igual que vosotros, no tenía ni idea de dónde buscarlo. Como única pista, el papel señalaba un lugar donde se mantenían conversaciones existenciales. ¿Los aposentos del gran historiador Jaime? Pero, ¿y el mono rojo? El Príncipe encontraba algo familiar en la palabra "amigo", una de las primeras que aprenden los hijos del Gran Dragón. ¿Y a quién se la había oído tan a menudo? ¡Ya está! ¡El botones! Todo encajaba: un mono (aún no sé por qué) vestido de rojo que dice "hola, amigo", y al que antes no me habían dejado acercarme. Efectivamente, el portero de la Torre de los Guerreros escondía algo tras la espalda, pero enmudecido por alguna extraña magia no estaba dispuesto a entregárselo. ¿Necesitaba un santo y seña? El Príncipe repitió dos o tres veces "mono rojo amigo", pero el portero sólo podía mirarlo perplejo. Por fin, el Príncipe le pidió sin rodeos que le diera lo que escondía tras la espalda, a lo cual accedió sin resistirse.


¿Unas medias blancas hasta la rodilla? ¿Esa era la recompensa? ¿Más ropajes reales? De acuerdo, un príncipe debe ir vestido de pies a cabeza, pero ¿es necesario tanto detalle?


El nuevo enigma llevaba al Príncipe al lugar donde habitaba una "stripper frustrada". Como la mayoría de guerreras del Reino ya formaba parte de su séquito, a excepción de dos bellas damas, el Príncipe dedujo que sólo una se correspondía con la descripción. La experta Elena, una de las mejores entrenadas en la lengua del Gran Dragón, quiso desafiar en su terreno al Príncipe con la ayuda de un nativo del Reino, Jingmin. Un complicado trabalenguas sibilante se enredó en la boca del aún poco hábil Príncipe, que, tras un intento fallido, consiguió desenmarañar una horda de sonidos amenazante a cambio de... ¡unas zapatillas de ballet negras!

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