jueves, 1 de mayo de 2008

Cuento de cumpleaños (4ª parte)

Entre las muchas virtudes conferidas al héroe de un cuento, sobre todo a los de Disney, se encuentra la de poder cantar bellas melodías de amor...


Tras abandonar el campo de batalla y rendir sus armas entre carcajadas, el joven Príncipe dirigió sus pasos hacia la alcoba de una bella princesa. Aunque la pista para encontrarla no era muy adecuada, resultaba inequívoca, pues las alforjas de polvo blanco sólo se pueden encontrar con facilidad en el Reino de la Princesa Cayita. Hechizada bajo la apariencia de un rostro mudo y frío, el tierno corazón de la Princesa latía por ser fundido al son de las notas de una canción de amor verdadero. ¿Prometerle Un mundo ideal? ¿Cantarle que "es la noche del amor" o que "la belleza está en el interior"? ¿Demostrarle que era él su "príncipe azul, que ella soñó"?

"Si no te conociera, si no fuera por tu amor, no sabría el corazón lo hermoso que es vivir; si no te tuviera, no sabría cómo al fin he logrado ver en ti lo que faltaba en mí..."

El hielo comenzó a derretirse y una sonrisa asomó a sus labios, aunque seguramente debido a una voz estridente y a unos "gallos" fácilmente previsibles. Un valioso tesoro guardaba la Princesa: una corona de plata, símbolo de la realeza y un pequeño truco de los monarcas menos altos para acrecentar su aparencia imponente. Fueron sus pequeñas manos las que le coronaron como Príncipe y le entregaron el acertijo de su próxima parada.

La morada del viejo "Yoda", la biblioteca del sabio con menos pelo, la cocina del experto cocinero, el salón de los mejores banquetes, el lugar donde se encuentra la respuesta. La brújula del Príncipe sólo podía apuntar en una dirección, hacia el historiador Jaime.

El siempre animado comedor principal se encontraba a oscuras y una atmósfera de solemnidad embargó el espíritu del Príncipe. Podía haber sido coronado con honores, pero aún no había sido armado caballero, ni siquiera disponía de una espada. El caballero Jaime se encargó, por tanto, de completar el ritual y de entregarle la espada con la que podría combatir al Gran Dragón. Además, le obsequió con su anillo de fraternidad, que, como si de él mismo se tratara, le acompañaría y protegería de todo mal durante esta aventura.

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