A veces las páginas de los cuentos también narran sucesos tristes. Todos recordaremos siempre las muertes de Mufasa, el padre del Rey León, y la madre de Bambi. En este cuento que escribo también suceden catástrofes.
El 12 de mayo un fuerte terremoto sacudió el Reino del Gran Dragón. La zona afectada, una de las más pobladas del Reino, ha quedado devastada, dejando tras de sí miles y miles de muertos, un número aún mayor de refugiados y un vacío silencioso retumbando entre los muros deshechos de antiguos y modestos castillos. China ha sufrido mucho en estos cuatro meses desde el comienzo de su nuevo año: letales nevadas, accidentes de autobús y tren, muertos y heridos por las revueltas en el Tíbet... y ahora un terremoto.
Y ante tanta oscuridad también brilla la luz, que por pequeña que sea es suficiente para acabar con la más total y voraz desesperación.
El otro día decían en las noticias que un niño había sido rescatado bajo los escombros tras varios días de estar sepultado, lo cual ya supone una buena llama de luz. Pero esta llama de luz se convirtió en un gran faro cuando su padre lo reconoció y pudo abrazarlo después de tantos días de incertidumbre. ¿Y sabéis a qué se había dedicado este hombre durante esos días? Era uno de los voluntarios que ayudaba en las tareas de salvamento de otras personas. Tal vez nunca llegara a salvar a su hijo, pero con cada hijo que salvaba, estaba un poco más cerca de esa alegría del reencuentro. No diréis que este acto de generosidad no es más brillante que el mismo sol...
No os quiero dejar con mal sabor de boca, pues ya sabéis que me gustan los finales felices.
Hace un mes el Príncipe pidió su segundo deseo. Y también le ha sido concedido: permanecerá en el Reino del Gran Dragón por un año más y, por fortuna, sus compañeros Jaime, Dani y Lidia también lucharán a su lado con toda seguridad.
¿Alguien duda aún de que exista la magia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario