Lejos quedan ya los días cenicientos del Reino del Gran Dragón, pues aquí, en este maravilloso Reino a orillas del Mar Mediterráneo, las aguas limpias ahogan los recuerdos de aquella niebla asfixiante y el cielo azul deslumbra soleado unos ojos demasiado acostumbrados a la monótona penumbra.
Nada ha cambiado: la bahía acoge ociosos navíos, nuevos caminos conducen a una misma Roma de bacanales, el pueblo rebosa de actividad y los forasteros exprimen cada instante mágico en busca de un dulce elixir que detenga el amargo devenir del tiempo.
Nadie ha cambiado: los mismos personajes que despidieron al Príncipe le dan hoy una calurosa bienvenida llenos de júbilo. Unas páginas relucientes esperan la brillante tinta del verano, el alboroto de las risas, el retorno de los momentos ausentes.
Pero me tiembla la mano, no consigo sostener con firmeza la pluma. El peso de las páginas escritas retrasa mi labor. Sé que nuevas historias me aguardan y que las ya contadas siempre podrán ser releídas, pero quisiera no acabar este capítulo. Ojalá pudiera hacerme con ese elixir que embrujara eternamente el reloj e hiciera de él mi más fiel siervo.
Muchos de los caballeros y doncellas del Reino del Gran Dragón volverán a reunirse de nuevo en unos pocos meses. Entonces, comenzará una nueva aventura.
Sin embargo, un par de valientes guerreros y una fogosa amazona tardarán algo más en aparecer de nuevo en esos cuentos, unos personajes que difícilmente podré tocar y sentir, unas personas que me han vestido con coloridos ropajes y han sembrado magia a mi alrededor. Sí, me tiembla el pulso y querría mantener vuestra tinta fresca, repasando día a día los trazos de vuestra amistad. Gracias. Os echaré mucho de menos.
Citando a mi amigo Jaime, os diré que la foto no es de un grupo de amigos, sino de una familia.
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