martes, 16 de septiembre de 2008

Cuento de los Diez Embarcaderos (十渡)


Cuenta la leyenda que un grupo de jóvenes caballeros y una bella dama decidieron una mañana escapar de la gris ciudad y adentrarse en la salvaje naturaleza.

Nadie les advirtió de que su camino sería largo y muy duro. Desde el comienzo, el mágico número 917, aquel que debía conducirlos hasta su destino, se dividió entre siete y confundió a los viajeros, que buscaban desconcertados el verdadero carruaje que los llevaría a las montañas. Los empujones, el desorden y la mala educación fueron sus estrellas guía, pues cuanto más se acercaban, más paciencia debían acumular.

El encantamiento que prometía una naturaleza salvaje desapareció en el mismo instante en el que los hijos del Gran Dragón intentaron seducir a los guerreros con sus palabras y embaucarles con sus trucos. Se adivinaban unos parajes dominados por el descontrol del Gran Dragón.




Shidu, la tierra de los diez embarcaderos, estaba atravesada por un río serpenteante a los pies de sugerentes montañas. Los distintos riachuelos jugueteaban traviesos, entrelazándose y saltando entre las rocas a su antojo, hasta alcanzar un río de poca profundidad y aguas turbias. La frescura de las cascadas aliviaba el sofocante calor del escalador y la pendiente de las montañas purificaba el aire de los pulmones con una agitada respiración.




Sin embargo, la salvaje naturaleza se veía domesticada por la garra capitalista del Gran Dragón, y cada sombra, rincón u orilla frescos estaban salpicados por pequeñas tiendas, donde ávidos comerciantes suspiraban por los tesoros de los peregrinos. Los guías ofrecían sus servicios y transporte por unas cuantas monedas, y la astucia de los caballeros resultó decisiva para no acabar con sus reservas de oro en poco tiempo.

Poco quedaba ya puro, pues la varita de la modernidad había transformado la belleza natural en un maquillaje lucrativo. Sólo una mujer moliendo maíz, unos juncos flotando sobre el río o un insecto suplicante osaban plantar cara a las arenas del tiempo.

Por fortuna, existen mil hechizos para evitar que esos granos de arena nos nublen la vista.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En mi próximo viaje a Beijing quiero visitar estas tierras.