sábado, 6 de septiembre de 2008

Cuento del Último Vals


Los fuegos artificiales de San Bartolomé trajeron con ellos a dos caballeros del vecino Reino de Mallorca: a Lluís, el compañero del Príncipe en el Reino del Gran Dragón, y a Pablo, cuyos orígenes se contarán con más detalle junto a la historia de las Tres Princesas aún pendiente.

Acompañado de la bella doncella Sonia, el Príncipe acudió en su carruaje a recoger a este par de nobles vecinos procedentes de la gran capital de los reinos de Baleares. Su objetivo estaba claro: debían quedar hechizados por la magia de la Isla Blanca, sus ojos debían contemplar sin pestañear bellezas sin fin, sus paladares debían degustar los más exquisitos manjares ibicencos y sus pieles debían ser acariciadas por las suaves olas y los fogosos dedos del sol.

La noche del 24 de agosto, Sant Antoni de Portmany celebra su fiesta grande con una gran exhibición pirotécnica, que pocos osan menospreciar. Así pues, tras una apacible cena en unos perfumados jardines y después de explicarle al cocinero las faltas de sus platos, los invitados junto con Maite, Alicia y Sonia (las Tres Princesas) y el Príncipe acudieron a la playa para contemplar los fuegos de los magos más intrépidos mientras el mar los imitaba celoso. Los festejos, antaño tan animados, quedaron gravemente deslucidos por la jornada laboral del día siguiente. Sin embargo, las jóvenes Elena y Jess tampoco pudieron resistir la tentación de pasar un rato danzando, más bien en vacíos salones, al son de la música.

Una corta noche, donde el tiempo pareció robar un par de horas, dejó paso a un sol radiante. Un viejo pescador, don Bigotis, les preparó una deliciosa parrillada de pescado mientras el murmullo de las aguas embelesó sus sentidos. Desafortunadamente, la pequeña cala cercana había sido maldita con una plaga de pequeños seres de picadura molesta. No obstante, la sabia Sonia nos guió a través de un arenoso desierto hasta un bello oasis, un rincón con pocos visitantes, una cala de tranquilidad incomparable donde el cuarteto deseó permanecer eternamente. El Príncipe comprobó de nuevo que la suerte no acude a su encuentro con las apuestas, pero pocos saben que la fortuna le sonríe constantemente. Una puesta de sol algo acelerada, las visitas a los padres de su anfitrión y un banquete de carne en una antigua casa pagesa fueron el preludio a una noche bañada en licores mejicanos…

Y de nuevo la luna abandonó a las estrellas a su suerte antes de lo deseado, y el cielo azul devoró sus destellos sin piedad. Una cala algo apartada y de difícil acceso refrescó a los asfixiados jinetes, que disfrutaron de juegos a la orilla del mar o simplemente durmieron a la sombra de una torreta. Al mediodía, todos disfrutaron de la especialidad de la isla, ‘bullit de peix’ y ‘arròs a banda’, aconsejados por la experta Sonia otra vez. Aquella tarde visitaron un lugar encantado, con vistas a los islotes de Es Vedrà y Es Vedranell, donde una atmósfera romántica nubló sus mentes con aromas de loca adolescencia. Suerte que pudieron escapar a tiempo, ¿quién sabe qué hubiera pasado si llegan a respirar durante unos minutos más aquel aire embrujado? Desde las antiguas murallas que protegieron la ciudad de Ibiza, divisaron el fin del día, el ocaso, la partida.


¡Cómo cuesta decir adiós a dos amigos! ¡Cuánto cuesta calcular las horas hasta el reencuentro! ¿Por qué me siento incompleto tras estos momentos fugaces?

¡Volved!

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