martes, 15 de septiembre de 2009

Cuento de las Tres Princesas (1ª.parte)


Un cuentacuentos siempre cumple su palabra.
Hace ya mucho tiempo, cuando el Príncipe aún habitaba en el Reino del Gran Dragón, cuando los guerreros aún gozaban de su momento más dulce y la magia de la novedad inundaba la tierra y los corazones, tres jóvenes amigas del Príncipe iniciaron un largo viaje desde las orillas del Mediterráneo hasta el helado lomo de aquel dragón que dormía su sueño invernal: Alicia, Maite y Sonia descubrirían la belleza de un mundo diferente y se armarían de paciencia ante los hijos del Gran Dragón.

Tras un merecido descanso en la capital del Imperio y habiendo recobrado la noción del tiempo en tierras tan lejanas, las Tres Princesas y el Príncipe se adentraron en el corazón de China en busca de antiguos tesoros enterrados en la tumba del primer y más feroz emperador chino, Qing Shihuang, quien unificó el país, hizo construir la Gran Muralla y convocó a un ejército de terracota para que velara su sueño eterno y protegiera sus bienes más preciados.

Xian fue la primera capital del Imperio, la ciudad que vio nacer al Gran Dragón que es hoy China. Esta ciudad protege muchos tesoros entre sus viejas murallas y, sin duda, su barrio musulmán es uno de los rincones más fascinantes de esta urbe aparentemente monocromática.

Sin embargo, nuestros aventureros pronto encontraron sus primeras dificultades en este viaje. En plenas vacaciones del Festival de Primavera, los hijos del Gran Dragón se convierten en una gran marea humana que inunda y desborda el transporte público. No exagero cuando afirmo que la odisea vivida por Ulises parece un crucero de placer comparado con los problemas a la hora de encontrar un billete de tren y ajustarse a un plan de viaje. No, no todo eran danzas y música en una Xian que acababa de celebrar su Año Nuevo y festejaba también un San Valentín demasiado americano.

Los Hijos del Gran Dragón son unos expertos en poner a prueba la paciencia de los guerreros procedentes de occidente: pueden caer sobre vosotros en emboscada, rodeándoos y reduciendo las posibilidades de huir, o pueden desvalijaros sin notar siquiera una brisa cercana al cuerpo. ¡No os amedrentéis y plantad cara! En este punto, hasta el príncipe más encantador puede rasgarse las vestiduras y dar rienda suelta a su ira, pues que te roben una cámara recién comprada, un arma tan valiosa para poder ilustrar este cuento, puede nublar el juicio y los sentidos y transformar una bella ciudad en algo parecido a esto...

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