Las Tres Princesas estaban demasiado acostumbradas a las comodidades de palacio, por lo que un viaje de siete horas en autobús litera suponía una caída bastante considerable en los estándares del lujo: "Esta manta está sucia", "Esto huele mal", "¡Cómo se mueve el autobús!"... Aplacada la furia del Príncipe después de que decenas de hijos del Gran Dragón intentaran timarlos en la estación y del retraso en la partida, el protagonista de este cuento se rindió sin más al sueño. Sólo la princesa Ali demostró ser la más digna descendiente de la Princesa del Guisante, ya que no durmió durante todo el trayecto. Así pues, nos pudo informar después de las múltiples paradas y un control policial.
Aún no había salido el sol cuando fuimos abandonados cerca de un peaje de autopista en medio de la nada, sin apenas luz ni información. ¿Dónde estaba Pingyao? Por supuesto, un hijo del Gran Dragón vio su oportunidad ante tales miembros de la realeza occidental y, sin ninguna alternativa más, nos vimos obligados a requerir de sus servicios. Lógicamente, el precio anunciado por el taxista superaba los límites de la vergüenza y la tomadura de pelo, por lo que el Príncipe entabló una batalla verbal con él. Ni las Princesas ni la encargada del hotel conseguían calmar los ánimos. Despiertos en mitad de una noche oscura, parecían vivir una verdadera pesadilla.
Menos mal que sus habitaciones estaban listas para darles una calurosa bienvenida y los acogedores salones contrastaban con el duro frío exterior. Habían llegado a su fortín, un lugar detenido en el tiempo de los viejos emperadores.
Pingyao es una de las ciudades más antiguas de China que mejor se conserva intacta ante los estragos de la modernidad, y goza aún de una arquitectura tradicional dentro de sus murallas. Es un tesoro oculto en medio de la nada.
Un gran botín, sí, porque Pingyao vio nacer el primer banco del Reino del Gran Dragón y las familias más poderosas y ricas del país. Pero, ¡Princesa Maite, aún no aceptan tarjetas de crédito!
Escarmentados por el principio tan accidentado del viaje y los enfrentamientos constantes con los hijos del Gran Dragón, los príncipes decidieron alistarse en el ejército y aprender sus técnicas milenarias desde el interior.
Sólo una advertencia a aquellos aventureros que osen visitar este paraje durante el crudo invierno chino: No os fiéis de los cielos azules ni del sol radiante, cuando caen las sombras es mejor estar bajo cubierto; de lo contrario, ni un centenar de manos frotando vuestro cuerpo os hará entrar en calor.
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