Aún a riesgo de repetirme, hoy os contaré de nuevo la experiencia de desplazarse sobre el hielo, pero con una pequeña variación: no utilizaré los pies para moverme.
Después de comer ayer, Judit, Dani y yo decidimos ir a un parque cercano a la universidad (esta vez con "cercano" quiero decir "20 minutos caminando") llamado el Parque del Bambú. En efecto, pese a la escasa vegetación y el color apagado del entorno, un oso panda sería el ser más feliz del mundo con tanto bambú alrededor. El río que cruzaba el parque y el lago estaban completamente helados y, como es normal, mucha gente patinaba sobre él.
Y deslizándonos sobre las suelas de nuestros zapatos llegamos hasta el centro del lago. Una mujer nos ofreció un primitivo trineo hecho de tablas viejas y un par de "picahielos gigantes" para impulsarnos y controlarlo. Un euro por una hora, que obviamente no aprovechamos, ya que el frío comienza a calar a partir de la media hora. Fue divertidísimo. Dimos vueltas sobre el hielo, cronometramos un recorrido para ver quién era el más rápido, derrapamos y alguno se cayó un par de veces. Un placer del que disfrutaban pequeños y grandes, pues vimos a más de un abuelo y padre compitiendo con su hijo. También había gente deslizándose sobre sillas (sí, sí, sillas) o trineos con un asiento de cuero incorporado (primera clase).
Cuando ya dejamos de sentir los dedos de los pies, salimos del parque y entramos en calor con unas cuantas máquinas de gimnasio públicas.
Y colorín, colorado, este cuento deportivo se ha acabado.
1 comentario:
joooo!!! no sabia lo de Vietnam... jejeje ¡Qué pasada de lago!bsitos. LILO
Publicar un comentario