El despertador suena a las 8 de la mañana, pero no nos levantamos hasta las 9: demasiado cansancio acumulado. Después de ducharnos y desayunar donuts, nos dirigimos al Parque Victoria, donde está prohibido fumar, al igual que en muchas otras calles y avenidas de la ciudad. Más que de un parque al estilo pequinés, se trata de unos jardines muy bien cuidados con un camino especial para hacer footing, máquinas de gimnasio (también existen en Pequín) abarrotadas de ancianos, campo de criquet o polo, pistas de tenis, piscinas, un pequeño lago artificial y varias plazas donde practicar taichi o bailes de abanicos... Mi compañero Luis entabló conversación con una simpática abuela y su nieta, que nos comentaron las ventajas y el sueldo que cobraríamos si nos mudáramos a Hong Kong, sólo trabajando como profesor de inglés. El canto de los pájaros nos impedía oírlas con claridad, pero era mucho dinero...
Salimos del parque y nos dirigimos al templo de Tin Hau, uno de los más antiguos de la ciudad. No existe mucha diferencia con los de Pequín, pero encontramos a muchas personas haciendo ofrendas para el Año Nuevo. Estas ofrendas consistían, sobre todo, en patos asados y frutas. El olor a incienso se hace algo insoportable, ya que quema colgado del techo, frente a los altares y en cualquier rincón del templo.
En el centro, visitamos el edificio del Bank of China, uno de los más emblemáticos de Hong Kong, por su peculiar forma, y la catedral de St. John, de estilo colonial y que contrasta con los rascacielos a su alrededor.
Desde allí, tomamos el Peak Tram, un tranvía que nos llevó al pico Victoria (552m). El tranvía viene a ser una especie de cremallera, ya que tiene que subir una montaña con una pendiente de 45 grados más o menos. Durante el viaje, ves como muchos de los rascacielos van quedando por debajo de ti, hasta que llegas a la cima, donde -¿cómo no?- hay un complejo turístico con decenas de tiendas, souvenirs, restaurantes y una terraza para contemplar las vistas de la bahía de Hong Kong. Como el día estaba nublado no se veía el paisaje con claridad; pero dicen que de noche las vistas son espectaculares por la iluminación. También pasamos por una tienda de vídeojuegos, donde habían puesto más de veinte vídeoconsolas para probar los nuevos juegos gratuitamente.
Al bajar de la montaña, un español que nos oyó -o mejor dicho, me oyó hablando solo para el vídeo que grababa- se acercó a curiosear sobre nuestras vidas. ¡Lo que puede unir la lengua cuando estás fuera de tu país! Visitamos otra zona comercial y una calle de antigüedades rápidamente, ya que luego habíamos quedado con un amigo hongkonés de Luis. Sammy, así se llamaba el chico, nos llevó a un restaurante y pidió comida hongkonesa, que a mí me supo a comida china normal, aunque el chocolate caliente del Starbucks que me había bebido media hora antes no ayudó a que probara tan deliciosos manjares...
Antes de volver al hostal, pasamos por Temple Street, una calle sin fin al puro estilo de mercadillo gitano, con videntes y puestos de consoladores y demás artículos sexuales incluidos. El lugar perfecto para comprar bolsos, relojes y productos electrónicos falsos.
Con un día así, poco nos costó conciliar el sueño, aunque durmiéramos sobre la cama de Pulgarcito. Y aquella noche soñé que me había convertido en dios y los chinos me adoraban...
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