¿Dónde había dejado yo el cuento? ¡Ah sí, en la comida! Es importante tener el estómago lleno para continuar el viaje en tierras de Blancanieves...
Al salir del restaurante, más aguanieve y más frío, pero con valentía nos acercamos hasta el Bund, el centro turístico de Shanghai. Los edificios de la zona son de estilo neoyorquino y muchos ahora se han convertido en consulados y oficinas internacionales. Este distrito está en el lado oeste del río Huangpu y, desde él, se pueden disfrutar de las vistas de Pudong, el famoso skyline de Shanghai, con la torre Jinmao de fondo. O al menos eso dice la guía, porque apenas se ve algo con la niebla y las nubes que envuelven la ciudad.
Ya más tarde, Mar me lleva a bailar swing. No, no os equivoquéis, el Príncipe sólo llega al vals (y ya me cuesta ser yo quien lleve a la chica), pero el grupo de swing de Mar celebraba el sábado su último baile antes de vacaciones, y no se lo podía perder. Es realmente divertido e interesante ver cómo asiáticos, europeos y americanos unen sus pasos al ritmo de Louis Amstrong. El swing es un baile muy teatral y con cierto grado de improvisación, no hay nada marcado, la imaginación y la originalidad son los maestros. Mar me da unas cuantas lecciones, siempre sentado (no es plan de hacer el ridículo entre profesionales). Tengo un montón de vídeos que ya os enseñaré, pero, sin duda, me quedo con las caras de payaso del profesor de baile.
Luego vamos al Barbarrosa, un restaurante-bar de estilo árabe en medio de un lago de la Plaza Renmin. Como es un restaurante para occidentales, es bastante caro (teniendo en cuenta los precios chinos), pero se come de fábula y la decoración es muy sugerente: las velas son la única iluminación de la sala. Sebastian y Jennifer, que habían cambiado el baile de swing por una siesta, se unen a la velada. Yo disfruto de unos buenos spaghetti a la boloñesa y, en el postre, de un "apple crumble", un postre de manzana que no probaba desde mi Erasmus en Sheffield. Mar pide otro al probar el mío. De nuevo, despistamos a los camareros, que no nos combran el segundo "apple crumble".
Y llegó la hora en que Blancanieves es despertada por el Príncipe de la Luz, y sale de fiesta. Los cuatro ponemos rumbo al Park 97, donde hay un concierto. Mar conoce al batería del grupo y está muy ilusionada por verlos actuar. El local está bastante lleno, y la mayoría de sofás cercanos al escenario reservados. La camarera nos va echando de unos a otros, hasta que nos dice que nuestra única opción es ir a la barra o sentarnos en los sofás detrás del bar, o sea, sin vistas al grupo, con consumición mínima de 80 euros. Pero el Hada Madrina se aparece en ese momento en forma de director del bar, un francés amigo de Sebastian, que nos coloca en una mesa preferente y nos obsequia con una bandeja de frutas. Para beber, un cocktail sin alcohol: en ausencia del usual cocktail Cinderella (Cenicienta, hecho a base de zumos), me cojo un Virgin Colada (con coco), pero me traen un Virgin Mary (con zumo de tomate), que pido que me cambien. Sí, hay cosas que continúan igual...cenicientas y vírgenes.
Supongo que el grupo no lo hace mal del todo, aunque yo estoy demasiado cansado para salir a bailar, me conformo con tararear las canciones que conozco. Mar desaparece entre el mar de bailarines que ocupan los pasillos entre los sofás. Mientras tanto, van llegando a nuestro sofá amigos de amigos de amigos que conocen al amigo de un amigo que tocaba en ese momento en aquel bar o en un concierto anterior de otro grupo, también amigos de Mar. En menos de media hora he conocido a más de 20 franceses (y de alguna otra nacionalidad) que me preguntan que quién soy y que qué hago allí.
A la una, mi reloj biológico comienza a gritarme que quiere dormir... Mar se lo está pasando bien con todos sus amigos reunidos, algo que sólo pasa cuando nieva en Shanghai. Al final, Sebastian y ella me acompañan a casa y me dejan durmiendo, como a un bebé, para volver después a la fiesta. En el camino, el aguanieve se ha transformado en verdadera nieve y la ciudad comienza a cubrirse de blanco...
Para el último día, Blancanieves me reservaba alguna de sus manzanas...
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