martes, 29 de enero de 2008

Cuento sobre Shanghai (1ª parte)


Érase una vez una Cenicienta llamada Beijing, gris como la ceniza, sucia, polvorienta, pero que deseaba que todos la admiraran en el Gran Baile de los Juegos Olímpicos. Sin embargo, sólo un milagro, o su Hada Madrina, podían hacer que el Príncipe Extranjero se enamorara de ella. Esperemos que el frágil zapato de cristal que calza no se rompa antes de que suenen las campanadas del 8 de agosto de 2008.

Y érase una vez una Blancanieves llamada Shanghai, blanca como la inusual nieve que cayó el pasado fin de semana. Frente a sus altas torres y rascacielos, cualquiera se siente un enanito del bosque. En el espejo de la modernidad, Shanghai es, sin duda, la más bella del Reino. Sin embargo, la manzana envenenada de la malvada Reina Riqueza la ha sumido en un insulso y aburrido sueño de Occidente. Sólo cuando cae la noche y el Príncipe de la Luz ilumina su cara, Shanghai despierta de su sueño y se convierte en el alma de la fiesta del Reino del Gran Dragón.

Como siempre hay un cuento que contar, este es el de Shanghai:

El viernes 25 de enero salgo de Beijing con destino a Shanghai. Las salas de espera de la estación de trenes están abarrotadas y el desorden parece reinar por doquier. Me espera un viaje de casi 12 horas en tren. Por suerte, tengo billetes de litera blanda y podré dormir durante la noche. Cada compartimento tiene cuatro literas, con colchón no duro (sería exagerado llamarlo blando), una mesita, jarra de agua caliente, cepillo de dientes para el viaje, un jarrón con flores (de plástico, creo), cortinas de puntilla y zapatillas. Mis compañeros de viaje son una madre y su hijo más que adolescente y algo sordo (su madre le repite las cosas más de tres veces antes de sentirse aludido), viciado a los penosos juegos del móvil, y una chica a la que sólo le oigo la voz cuando recibe una llamada en el móvil. Como mi "ni hao" no da mucho más de si, ceno algo, leo un rato y me voy a dormir. En medio del frío chino, aquel tren se convierte en un lugar de veraneo improvisado, pues el sudor no tarda en hacer acto de presencia.

El sábado 26 llego a la estación de Shanghai a las 7 de la mañana, según lo previsto. Una lluvia que no veía desde finales del verano me da la bienvenida a la gran ciudad. Con las instrucciones de Mar, una amiga que hice el año pasado en la Escuela Oficial de Idiomas, mi guía y anfitriona en Shanghai, me arriesgo con el metro shanghainés. Tengo que hacer cola en la taquilla para comprar el billete de metro, algo más caro que el de Beijing, ya que las máquinas expendedoras sólo aceptan monedas. ¿Quién tiene monedas de un yuan? Pues, sólo los shanghaineses.

Llego a casa de Mar sin problemas, guiado por mi GPS incorporado de serie, aunque algo mojado por la bienvenida del tiempo. Quedo impresionado con la gran casa que ha alquilado mi amiga: un salón-comedor enorme, dos dormitorios con camas de matrimonio, cocina amplia pero sin encimera útil, baño con ducha de columna y una terraza con vistas a la carretera. Los muebles parecen nuevos, el parquet muy cuidado, los electrodomésticos funcionan y un calefactor enorme calienta. Además, tiene una especie de recepción a la que puede llamar para que le traigan agua o le pidan un taxi. Un lujo que desgraciadamente también paga...


El amigo francés de Mar, Sebas, llega acompañado de su primar Jennifer, que también está pasando unas semanas en Shanghai. Nos traen el desayuno, croissants, como no... Después, vamos a ver el Yu Yuan, donde hay unos jardines de diseño Ming preciosos. La lluvia comienza a helarse y ya cae aguanieve, mis calcetines se empapan de la emoción y mis pies lloran congelados. Los jardines poseen rincones maravillosos y supongo que en primavera deben de estar vestidos por un manto de coloridas flores. El bazar que rodea la zona, aunque atractivo a la vista, es mucho más joven que yo y recuerda a un decorado de Port Aventura. Los vendedores salen a la caza y captura del turista al grito de "look-a-look-a!"


Shanghai no es demasiado grande en comparación con Beijing, y coger un taxi entre cuatro sale muy rentable, ya que para la mayoría de distancias sueles pagar entre 15 y 20 yuanes (1,5-2 euros) a dividir entre los pasajeros. Antes de seguir con la visita turística, reponemos energías en un restaurante de la calle Nanjing Lu, donde se encuentra el reino del consumismo y los caros palacios de las grandes marcas. En el restaurante, pagas la cuenta antes de comer. De acuerdo. ¿Pero qué pasa si se olvidan de un plato (tanto de cobrártelo como de servírtelo). Pues nada, lo pides de nuevo y no te lo cobran. La espera merece la pena.

Por hoy, dejo aquí el cuento. Pero no os perdáis la próxima entrega, donde la lluviosa Blancanieves despierta para acudir a los múltiples bailes del Reino y llenar de luz y color el corazón de unos turistas desconsolados por la ausencia de monumentos.

3 comentarios:

SaRyTa dijo...

Hola. Me llamo Sara y me gustaria decirte q me encanta tu forma de relatar las cosas, me gusta como escribes.
Un saludo desde España.

Anónimo dijo...

Guau! Sara, eres la primera desconocida que se pone en contacto conmigo después de leer mi blog. Ya sé que es algo público, pero pensaba que sólo mis amigos y familiares lo leían. Me alegra que te guste "mi estilo" cuentacuentos, quién fuera juglar! Gracias por tu comentario, viniendo de una completa desconocida tiene un significado muy especial.
Saludos desde el gélido Beijing.

Anónimo dijo...

¡¡¡Increible!!! ¡Si es que yo no me equivoco cuando digo que eres Magia! Tú si que sabes vender las cosas. Lilo