¿A qué hora suena el despertador? ¡Pues no! Ya me había aprendido la lección, y lo puse directamente para las 9 de la mañana, que se hicieron las 9.30, claro está. Hoy Luis y yo nos separábamos. Él necesitaba ir a recoger el ordenador que había comprado y mirar cámaras digitales y móviles... un día pesado de compras. Así que yo decidí irme solo a la isla de Lantau y ver lo más característico del lugar. Después de pedirle al encargado del hostal (no le volvimos a ver el pelo a Betty Chang) que si podíamos dejar allí las maletas hasta que saliera nuestro ferry hacia Shenzhen, el hombre me soltó una batería de preguntas acerca de mi vida, que sólo me faltaba el foco de luz apuntándome para ser un completo interrogatorio: ¿Qué estudias? ¿Por qué? ¿Quién lo paga? ¿Luego trabajarás para el gobierno? ¿Sabes leer chino? A ver, lee esto. ¿Te gustan las chinas o las occidentales? ¿Y dónde vas ahora? ¿Y cómo vas? Salí del hostal atontado y sin ganas de volver a hablar en un par de horas, lo cual se cumplió, porque no acostumbro a hablar solo en los viajes.
La isla de Lantau está conectada por metro, aunque el billete ida-vuelta cuesta más de 4 euros y hay casi 45 minutos de viaje desde el centro de la isla de Hong Kong. Pero valía la pena. Llegué al pueblo de Tung Chung, desde el que se puede coger un autobús o el teleférico hasta donde yo quería ir. Obviamente, opté por el teleférico porque proporciona las mejores vistas, aunque se tarda media hora y puede hacerse algo aburrido sin compañía. Desde que estoy en China, el teleférico se ha convertido en un medio de transporte más.
El teleférico me llevó hasta la meseta de Ngong Ping, a 500 metros sobre el nivel del mar, donde se encuentra un pequeño pueblo de mentira al más puro estilo Port Aventura. Todo son tiendas, restaurantes y atracciones para turistas, nada que valga la pena comentar. Mi objetivo realmente era la estatua del Buda de Tian Tan, la mayor estatua del mundo de Buda sedente de bronce al aire libre, a la que se accede después de subir 260 escalones...y sin teleférico ni escalera mecánica...
Cerca del Buda, se encuentra el Camino de la Sabiduría que representa el "Corazón Sutra", una teoría muy interesante y difícil de entender, que te abre las puertas al entendimiento del mundo. Pero otro día os la cuento. Este camino consiste en una serie de pilares de madera con las inscripciones-mandamientos de esta teoría, dispuestos de tal manera que forman el signo de infinito (un 8 tumbado).
Frente al Buda, visité el monasterio de Po Lin, que se asemeja mucho al resto de templos que ya he visitado por China, así que no me causó un gran impacto, con perdón de Buda.
La vuelta fue una carrera contrarreloj y, finalmente, llegué media hora tarde a mi cita con Luis, que me esperaba con las maletas, listo para coger un taxi hasta el muelle. De nuevo, los mismos trámites de inmigración, una encuesta de si me había gustado Hong Kong, y en una hora ya estábamos pisando suelo realmente chino. ¿Y por qué digo chino, si Hong Kong y Macao también son chinos? Pues porque nada más salir del puerto en Shenzhen, nos recibieron con escupitajos y, al haber perdido el autobús hacia el aeropuerto por cambiar dinero antes, los taxistas se nos rifaban. Se negaban a poner el taxímetro y querían cobrarnos 5 euros por el trayecto, cuando un policía nos dijo que no podía costarnos más de 2 euros. Ya volvían a querer timarnos. De nuevo, la defensa alta y desconfianza hacia todos y todo lo que no tenga un precio bien estipulado. Como no somos tontos (el Camino de la Sabiduría había surtido efecto), dijimos que "naranjas de la China" y esperamos durante 40 minutos el siguiente autobús GRATUITO sentaditos en los escalones del puerto.
Como no había comido desde el desayuno y ya eran las 6 de la tarde, me lancé a por un sandwich en el aeropuerto: grave error, porque no valía lo que costaba. Así que esperé con ansia la comida del avión... y aún sigo esperando. Que quede claro: a las 10 de la mañana sirven una auténtica comida con pollo, tallarines y arroz; y a las 8 de la tarde sirven una merienda con dos bizcochitos y gelatina de piña. ¡No entiendo nada! Una de las azafatas se sorprendió cuando le pedí un vaso de Coca-cola en chino, y ya empezó con las preguntas. No sé por qué le dio por preguntar si en mi universidad se estudiaba francés, y que estaba muy interesada por el idioma. Y yo pensaba: "¿y a mí qué? ¿Me has visto cara de saber francés?" Pero me quedé en un simple "no sé" y una sonrisa, que siempre queda bien.
Y ya os conté cómo acababa el cuento en Beijing, con 9 grados bajo cero. El camino de vuelta en taxi fue muy tranquilo para mí, ya que me adormilé mientras Luis no paraba de hablar con el taxista: ¿Tienes hijos? ¿Qué estudian? ¿Qué temperatura hace fuera? ¿Cuántos kilómetros tiene el 5º anillo? Empiezo a pensar que Luis es un chino disfrazado y con acento granadino. El Gran Dragón nunca duerme y manda a sus espías...
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